Alguien murió ahí pero tienes que ir.
Hay cosas que solo puedes descubrir si haces amistades donde vayas a viajar.
Perú es de esos países que escuchas a varias personas recomendándolo, pero hasta que realmente te dejas de excusas, llegas realmente a ir. Visitarlo es como probar su comida, lleva tiempo a que le des una oportunidad, y cuando pasa, es toda una experiencia.
Sabores ocultos, fusiones ingeniosas y amor al detalle. Es un país que nos recuerda que, al igual que los otros grandes exponentes culinarios mundiales, sufrir de una realidad te lleva a buscar escapar a otras dimensiones con el paladar.
Pero esta newsletter es de todo menos de arte culinario. No es que sea malo cocinando, pero hasta hace poco descubrí cómo hacer bien huevos turcos, por lo que no soy el más calificado para dar opiniones.
Hoy, mientras me encuentro en la hermosa ciudad de Medellín, la que es mi segunda casa, te contaré parte de mi último viaje. El primero de muchos, a la tierra de los dioses, pisco y el ceviche, todo esto a través de tres historias, unas más ciertas que otras, donde espero que puedas imaginarte caminando por las calles de Lima y zonas cercanas.
La(s) tragedia(s) de Miraflores
Mi decisión de llegar a Lima, como punto de entrada, no solo se debe a un tema logístico, sino que me parece la forma más cómoda de conocer un nuevo país: empezar por su capital.
Al estar en Latinoamérica, todas las capitales tienen zonas peligrosas. Donde si no andas muy atento, puedes perderlo todo en menos de una caminada de cien metros. Lima no es la excepción. Sus barrios menos peligrosos, aunque más turísticos no están exentos de robos y asaltos, pero hay algunos acontecimientos recientes que enmarcan la zona de Miraflores: las muertes en restaurantes.
Para darte un poco de contexto en mi propio país, Costa Rica, hace relativamente poco, explotó un tanque de nitrógeno en una heladería. Más allá de las víctimas que lamentablemente perdieron la vida, el negocio simplemente no pudo seguir en el mismo local, aún cuando fue reparado después de la tragedia. Nadie querría volver a comer un helado ahí… ¿cierto?
En Lima y en otros lugares de Perú, no pasa lo mismo. Puede que incluso en tu país o alguno que hayas visitado.
En la zona de Miraflores, justamente entre la Calle Coronel Inclán y la 2 de Mayo, una zona de alto tránsito, aceras estrechas y poco cableado en los postes, hay un restaurante llamado Panchita. Su entrada es esquinera, espaciosa y se nota que no se trata de un restaurante barato para los locales. No tan caro como alguno de los Michelines que hay en la ciudad, eso sí. Esta bellamente adornado, con mensajes variopintos en sus paredes, vigas horizontales y te da la bienvenida a degustar los sabores del Perú.
Cuando llegué, al estar solo, pedí un espacio en la barra. A mi derecha, se encontraban una fila de mesas para grupos de personas, familias o compañeros de trabajo. En el centro un enorme árbol falso similar a un cerezo. Mesas más pequeñas lo bordeaban, mientras al fondo, se encontraba una cocina con mucho por hacer ese día.
Mientras me preparaban mi tercer pisco sour de la semana, miraba dichas mesas, donde hasta hace unas semanas había ocurrido una tragedia. Un grupo de compañeros de trabajo fueron a comer en la hora del almuerzo. Todo estaba yendo con normalidad hasta que se escuchó como si un globo hubiese reventado. Había celebración, pero no un cumpleaños. Los ojos de Rosita, como le decían sus compañeros, se tornaron blancos. Felipe, quién unos segundos atrás estaba buscando algo en su cangurera, sostuvo la cabeza de su compañera, y agarró una servilleta para intentar detener la hemorragia en la herida.
Mientras los meseros llamaban a una ambulancia, a serenazgo (algo que da para hablar por horas) y a la policía del Perú, Felipe, quien era un directivo de una empresa de soluciones de puntos de venta, se mantuvo al lado de su convaleciente compañera por siete minutos.
En ese tiempo tomó una decisión.
Se levantó mientras caminaba hacia su vehículo, sacó su celular y marcó el número de su amigo. Abrió la puerta de su auto y se sentó dentro, despidiéndose y explicando como pudo que su canguro había disparado, que no iba a ir a la cárcel por un accidente y minutos después, tomó su arma y se disparó en la cabeza.
En la empresa continuan laborando, business as usual, dicen los gringos. En el restaurante todo sigue igual.
Pasé la milanesa de pollo por el ají que habría sobrado en mi plato junto con las últimas tiras de pasta. Lo llevé a mi boca y luego de ver el fondo de mi vaso, ya sin chicha morada, me levanté y pedí la cuenta.
La Vampira de Barranco
Casos de mujeres bellas, pero que se transforman en auténticos espantos, hay por todo Latinoamérica. En mi país, le llamamos La Segua, una mujer que se pedía ayuda a hombres que viajaban solos y ebrios en los caminos de nuestros abuelos. Una vez el pobre desgraciado que le ofrecía llevarla, esta cambiaba su rostro al de una calavera de yegua.
Sin embargo, en Lima, en el barrio de Barranco, una zona bohemia y muy bonita frente al mar, se cuenta según varios testigos, la historia de una mujer solitaria, cuyos pies no tocan el suelo y que evita que la mires directamente.
La historia más famosa es la de un taxista que la subió a su vehículo, la joven, sola de noche en una calle en ese entonces 1992, donde Barranco no era todavía lo que es hoy. Un barrio peligroso, pero no tanto como el que la chica le pidió que le llevara.
A ese barrio no entro joven.—Le indicó el taxista mirándola por el retrovisor.
Ya, pero es que solo vamos de pasada, dejó esto que llevo y nos vamos.—Le respondió.
El taxista titubeó pero aceptó con tal de no dejar a la joven sola. Mientras viajaban, la mujer le preguntó algo que solo podía tomarse como una broma. Tenía que serlo, ¿no?
¿Le gusta la sangre humana?—Dijo mientras se apoyaba entre ambos asientos delanteros para hablar más cerca del conductor.
Claro, es de mis favoritas.—Respondió entre risas el taxista.
La mujer no se rió. Con el rabillo del ojo, el señor pudo ver como en el brazo extendido de la mujer había sangre.
Es deliciosa.—Exclamó ella.
Jorge hacia guardia en su puesto militar, cuando en la lejanía, en mitad de la noche un vehículo, parecer un taxi aceleraba hacia ellos. Volteó su fusil de su espalda hacia sus manos y llamó la atención de sus compañeros para que estuvieran alerta. Incidentes con coches bomba no eran nuevo en esa zona del continente y no se podían fiar de nadie.
El taxi se detuvo a unos cien metros. Las luces altas cegaban pero Jorge y dos de sus compañeros se acercaron apuntando. Dentro se podía escuchar la discusión entre un hombre y una mujer. La puerta trasera se abrió y de ella bajó una mujer joven. Los militares se sorprendieron cuando el taxista echó su vehículo en reversa y aceleró de vuelta por donde vino.
Yo, por mi parte, caminé por el Puente de los Suspiros, en el barrio de Barranco, dónde de noche los locales llaman a no hablar con mujeres solas, porque ninguna lo está en ese lugar por una buena razón. No aguanté la respiración como dicta la tradición ni pedí un deseo, pero estoy seguro que el taxista esa noche de 1992 sí lo hizo, y era volver a tener la oportunidad de ver a los suyos una vez más.
Me tomé un selfie con un bello mural de fondo y continué mi camino.
El Jedi de Marcahuasi
Salir de una ciudad es algo que todo mal turista como yo evita, por lo menos de buenas a primeras. Tengo años visitando Bogotá y Medellín. ¿A cuántos pueblitos he ido en cinco años? Cero.
¿Me gustaría? Claro. Pero no hoy.
Aunque en los alrededores de Lima hay algo que me gustaría visitar la próxima vez. Marcahuasi es conocido mundialmente por los amantes del misterio y lo paranormal como uno de los puntos más importantes para el avistamiento de onvis.
Pero la historia que les contaré no es sobre personas que han sido raptadas por aliens ni que han visto lo inexplicable.
Hay dos formas básicamente para llegar a la meseta al este de Lima, puedes caminar durante casi 4 horas subiendo o ir en coche hasta el otro lado y caminar unos 20 minutos para llegar a la cima.
Claramente la opción aceptada por peregrinos sobrenaturales y mujeres con el corazón roto, es la de subir muchos escalones y sufrir en el proceso, como un bautizo de fuego que purga las malas decisiones en la vida. Lo cual, como en todo destino turístico que se precie, siempre hay gente que se pierde.
Esto le paso a un grupo de peregrinos (o despechados, quién sabe) que no encontraron el camino de regreso. Adentrarse en Marcahuasi puede ser complicado porque todo luce igual, y aunque es hermoso, si te distraes mucho, pierdes noción del tiempo.
Los peregrinos encontraron ayuda en un hombre, vestido con túnicas, sandalias y un “sable de luz” quién les ayudó a regresar sanos y salvos a la entrada. El buen hombre al parecer vive en el mismo Marcahuasi. ¿Cómo lo hace? Nadie lo sabe. La zona no es precisamente la más acogedora para vivir, Lima en sí está ubicada en un desierto frente al mar.
¿Será un otaku que encontró la excusa perfecta para no bañarse? ¿Es acaso el Obi-Wan Kenobi peruano? Nadie lo sabe, pero mientras veía a mi derecha los cientos de kilómetros de tierra blanca, la meseta de Marcahuasi y detrás, las nubes intentando tapar la cumbres heladas de Los Andes, pensaba en las increíbles historias que vale la pena contar de un país que exporta no solo su cultura, sino amor por lo inexplicable, cuando lo único que realmente no puedes explicarte, es porqué no había venido antes.
Gracias Perú.
Quiero hacer dos cosas antes de terminar esta edición de la newsletter. No solo es la última de 2023, y es la de la que más orgulloso estoy, porque aunque me tomé mi tiempo para escribirla, he encontrado la comodidad para escribir lo que quiero contar. Dicho esto, quiero agradecerle a mi gran amigo Arturo Aguilar, quién no solo me hizo recorrer su ciudad en busca de los lugares dónde ocurren la mayoría de estas historias, sino por sus recomendaciones, esta edición es para ti amigo.
Y ahora, como nota importante, sobre Mal Turista como tal, lamentablemente Substack ya es una plataforma más que se ha unido a la creciente ola de “enshitification”, en otras palabras, se ha vuelto un peor servicio del que originalmente era. Y es insostenible mantener la newsletter en una plataforma llena de nazis y discurso de odio.
Por lo que espero poder mudar todo el contenido el próximo año a otra plataforma, espero que los suscriptores puedan seguir recibiendo las ediciones y que sea transparente. Disculpas de antemano.
Por ahora, muchas gracias por acompañarme a mi, mis viajes y mis historias en 2023, y esperemos que podamos descubrir juntos nuevos destinos en 2024, como todo Mal Turista debe hacerlo.