—En mi país, a esta hora, ya todo el mundo está encerrado.— Le respondo a mi chofer, que me lleva a mi Airbnb, desde el aeropuerto de Río Negro. Llueve por fin, después de meses de sequía en Medellín, donde a pesar de no tener los racionamientos de agua y luz como en la capital, el verano tan extenso y anómalo, estaba llevando a cuestionarse a más de un paisa, si efectivamente estaban en Antioquía o en la costa.
—¿Pero cómo?, ¿tan inseguro es?— Don Julián, entrados en sus cincuentas, calvo y con ojos llenos de amabilidad, me mira por el retrovisor. Su tono, más parecido al de un abuelo preocupado que haya escuchado desde el mío, quien falleció hace tantos años.
—La verdad, no tanto, pero simplemente la gente llega tan cansada, y dura tanto en volver, que no tienen la energía para ni siquiera saludar al vecino.— En mi voz no se nota la desazón de los recuerdos de noches interminables en bus solo para volver a mi casa en Costa Rica.
El túnel más largo de Latinoamérica nos recibe y la lluvia se corta. Mientras atravesamos una montaña y me quedó sin señal por los próximos diez minutos, pienso en algo que particularmente me encanta de Colombia y otros lugares de este lado del mundo.
—Por eso es que me llama la atención ver a tanta gente sentada hasta la madrugada, tomándose unas cervezas o comiendo en la esquina.— Le digo mientras me inclino hacia adelante desde el asiento de atrás de su Renault gris.
—Y eso que no has ido a los barrios populares parce.— Se rió mientras bajaba el volumen de la canción de Karol G que traía puesta. —Ahí si ves un buen parche, música y toda la familia afuera. En diciembre es más bacano.— Me dice mientras me mira por el retrovisor, haciendo ademanes exagerados con la mano libre del volante.
La verdad es que tenía razón. Laureles es mi barrio favorito de Medellín. No es tan popular como El Poblado, pero es más tranquilo que Belén y mucho más seguro que Bello. Pero no tengo dudas que en los barrios inclinados en ángulos imposibles por donde más de una vez me ha llevado, como un atajo escondido para llegar más rápido al aeropuerto, es donde la noche es más de ellos que lo que en un barrio de pensionados y gentrificadores podrá ser jamás.
“… es donde la noche es más de ellos que lo que en un barrio de pensionados y gentrificadores podrá ser jamás.”
Con ya amistades en el país, y tres años de viajar, te das cuenta de un contraste que posiblemente el mismo colombiano no nota.
Trabajar más, por menos
Cuando tienes un tiempo de venir, te das cuenta de que la meritocracia es algo muy arraigado en la cultura colombiana. La idea de que la única manera de progresar es estudiar, sacar una carrera universitaria y conseguir un buen trabajo, no es exclusivo de este país, pero nunca había conocido gente que creyera más en ello que los colombianos. ¿Es verdad eso? Creo que ya se están dando cuenta que nunca fue así, así como otras promesas vacías del capitalismo como si "invertir en bienes raíces no tiene pérdidas" o "trabaja muy duro y llegarás a ser millonario como yo".
Es común ver casos de personas pasan todo el día entre la universidad y su trabajo, en moto-taxi, en medio de la lluvia, con la esperanza que los sacrificios que hacen hoy, que los malos ratos, que el sueño, el mal comer, se verán recompensados en el futuro.
Pero revisando las estadísticas gracias a una noticia que vi en la televisión mientras me cambiaba de ropa, Colombia comparte una dolorosa realidad con mi Costa Rica.
Es el país junto con México, donde las personas que más horas trabajan a la semana. Si ya es algo que va en picada en países desarrollados (sin incluir a Estados Unidos), donde la búsqueda de eficiencia no es sinónimo de productividad. Donde en algunos casos, jornadas de 48 horas se ven como arcaicas y obsoletas. En Colombia es común tener jefes con negocios pequeños-medianos y empleados informales, donde se cree mucho en que una persona productiva es aquella que está todo el día en su puesto. Donde comer o ir al baño se siente como tiempo robado.
Es doloroso ver casos así en amistades que no conocen sus derechos o que no tienen una idea de cuánto producen para las empresas para las que trabajan. Y sobretodo entender que por más desgaste o lealtad que le brindes a tu trabajo, no vas a heredar la empresa.
Esto conlleva a que el descanso es visto como vagancia, donde no haces dinero y pierdes el tiempo. Donde tu valor es si eres "productivo". Pero el colombiano por más que trabaje, gana poco. En Costa Rica se trabaja casi la misma cantidad de horas pero el salario mínimo es más alto (porque es un país más caro también).
Lo cual es irónico, porque aún cuando alguien en este país ahorre y se quiera ir de viaje, se topa con esta otra realidad:
Antes de irme a vivir a Panamá, leí a muchos de mis compatriotas decirme que el panameño es alguien vago. Mi hermana, por el contrario, al hablarme de sus compañeros en Brasil, me decía que eran personas muy felices. Ese contraste de opiniones puedes verla en la gráfica superior. Si bien no están tan mal como en México, están apenas un poco mejor que en mi país, donde la gente añora con desesperación semana santa o algún feriado para poder tomar un respiro.
Es tanta la desesperación, que Costa Rica ha estudiado la opción de cambiar su uso horario hasta una hora más (de UTC -6 a UTC -5 como Panamá y Colombia), solo para que las personas puedan ver aún el Sol cuando salen de trabajar. Es realmente triste.
Tiempo para todo
Que la gente en este bello país trabaje igual o más de donde vengo y que aún así tenga las ganas de sentarse con amigos a comer, hablar y hasta bailar, es algo que siempre me va a sorprender. El tico, en su individualismo aprendido de las últimas décadas (por miedo o por ego), es algo que ha vuelto silenciosas a sus ciudades. Donde se socializa en centros comerciales o restaurantes. Donde dormir es lo más importante que tienes para hacer a las diez de la noche entre semana. Donde ver a un amigo te toma semanas aunque vivan relativamente cerca.
El colombiano (y otros en Sur América) se niegan a dejar morir su felicidad, y a pesar de tanto dolor, son gente tan alegre, amable y trabajadora, que si no tienen una mejor vida, no es por culpa de ellos.
Y a veces cuando vengo y mi única preocupación es que no gasto las vacaciones tan rápido como se me acumulan, lejos de hacerme sentir mejor, me hace sentir mal de que no sea lo mínimo para el resto. Aunque no esté seguro si lo usarían tanto, pero de lo que sí lo estoy, es de que sin con poco tiempo libre, tienen tanta riqueza, solo imagina lo que harían con mucho.
Gracias por leer hasta aquí, ustedes saben que la frecuencia de escritura depende no solo de mí. Pero antes de irme, me gustaría saber cómo son las cosas de las que hablo en esta edición en sus países, ¿ven similitudes o hay algo diferente? ¿Creen que afecte otros factores como la inseguridad o la inflación?