Los últimos tres mes han sido bastante diferentes a los treita y cuatro años previos. Mi forma de lidiar con el estrés o las situaciones que me incomodan eran más similares a alguien que evita a toda costa lidiar con ellas. Pero como toda "buena racha", ésta debía llegar a su fin algún día.
Vivir con ansiedad persistente hasta el punto de tener ataques de pánico, te cambia mucho la perspectiva de cómo miras las cosas. De hecho hace que empieces a prestarle más atención que antes.
Todo ahora, en la modernidad, trata de forma intensa de acaparar nuestra atención. Notificaciones, chats y solo un video más en TikTok. Todo se sume a la inmediatez, a la velocidad frenética de obtener dopamina lo más rápido posible. Premiamos a nuestro cerebro con dosis repetidas de estímulos, no dejamos espacio al aburrimiento, dejamos de tener lugares seguros por espacios sin silencio.
Por eso hay un momento en el que puede que nuestra mente llegue a hablar tanto que se escuchen muchas voces a la vez. Muchas con el mismo tono pero distinta agresividad.
Premiamos a nuestro cerebro con dosis repetidas de estímulos, no dejamos espacio al aburrimiento, dejamos de tener lugares seguros por espacios sin silencio.
Pensamos en que ahora sentimos más las cosas que antes, porque cada pocos segundos pasamos de reír con el vídeo de un gatito haciendo una tontería, a casi llorar con el abrazo de dos desconocidos que tenían años sin verse. Todo esto con el enojo de por medio de las situaciones actuales que no tenemos control o el nuevo descaro de un político corrupto.
Entrenamos nuestra mente a olvidar lo que acabamos de ver, para empezar de nuevo. Recuerdos sin substancia, sin el apego emocional, sensorial o de tiempo, que hacen que nuestra atención busque constantemente el estímulo. Volvemos todo contenido, pero nada un recuerdo.
Y justo todo esto hizo que después de la pandemia, dejará de sentir. Comencé a estar entumido, distraído para no pensar, mandando todo a la papelera de reciclaje. Un canasto de basura que no me atrevía a mirar pero sí que podía oler. Un compañero de apartamento que no decía nada pero me miraba desde el fondo del pasillo.
Dicen que si bien la depresión es enfocarse demasiado en el pasado, la ansiedad es el miedo por cosas que no han pasado, que puede que ni sucedan. En mi caso era por eventos que querían que pasaran ya. Vivo, aunque ya mucho menos que antes, peleado con el presente. No me parece tan atractivo como lo que viene. Los viajes funcionaban como excusa para no seguir oliendo el basurero. Ponerle una tapa no hacía que la basure dejase de estar ahí. Es como vivir quincena a quincena. Un pleito constante con la rutina, en valles emocionales, donde solo te sientes lleno cuando subes a un avión.
Comencé a estar entumido, distraído para no pensar, mandando todo a la papelera de reciclaje. Un canasto de basura que no me atrevía a mirar pero sí que podía oler.
Seguramente has pasado por esto de manera similar sin saberlo. Es mucho más común de lo que esperaba. Llegué a sentirme muy solo, con mi familia lejos y sin un viaje en pocos días. Mi cuerpo dijo basta y empezó a obligarme a sentir. Al inicio pensé que iba a morir, pero en realidad era solo que mis sentidos de superviviencia están funcionando de maravillas. Desde entonces, con ayuda profesional y la suerte de tener más gente que me quiere, de la que mi miopía emocional me permitía ver, he comenzado a sentir de nuevo.
Parte de este viaje interno ha sido darme cuenta que no hay tres Josués diferentes. No existe el que vive en Panamá, el que viaja ni el que visita a su familia. Solo uno, que es el mismo. Ninguno tiene más valor o es más atractivo que otro porque son el mismo. Y ahora siento la rutina aun más valiosa porque hace a los viajes como especiales, pero no porque funcionen como refugios sino como regalos. Un privilegio que no puedo dar por sentado.
Parte de ese cambio ha pasado porque apenas he visto algunas cosas de mi viaje a República Dominicana, no porque no me apetezca ir, sino porque disfruto mucho mi tarde lluviosa leyendo un libro que tenía en el librero desde mayo.
No todo es el próximo viaje, cuando la rutina es maravillosa.
Hasta la próxima, Mal Turista.